Jesús, Maestro y Señor;
compañero en nuestro camino
de hacer escuela y educar personas.

Hoy queremos darte gracias
por la vida del Papa Francisco,
por su manera de enseñarnos a vivir con el corazón abierto,
y por recordarnos que ser cristianos es amar, servir y cuidar.

Reconocemos el aliento de tu Espíritu
en sus palabras llenas de bondad,
en sus gestos de cercanía con los más pobres,
en su mirada siempre atenta a los que sufren.

Ayúdanos a seguir su ejemplo,
haciendo de nuestros colegios
espacios de familia y cordialidad,
donde aprendamos a vivir como hermanos,
escuchándonos, respetándonos
y construyendo juntos un mundo más justo.

Enséñanos a cuidar la casa común como él nos pidió,
a caminar juntos como Iglesia,
y a recordar que todos, todos, todos
tenemos un lugar en tu mesa.

Concédenos la mirada limpia y el corazón despierto
para seguir sembrando semillas de paz,
de amor, de perdón y de humildad,
como él lo hizo, siguiendo tus huellas
y las de tu madre, María.

Amén.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Hoy nuestras voces se alzan con fuerza:
¡Jesús ha resucitado!
Este anuncio atraviesa la historia, ilumina nuestras dudas, rompe el silencio del dolor y enciende la esperanza en cada rincón.

No es una noticia cualquiera. No se compra ni se vende, no llega con reparto a domicilio. Es un regalo: gratis, para siempre y para todos.
Y es la promesa cumplida de un Dios que nunca falla.

En medio de nuestras pequeñas cruces, nuestras sombras y nuestras búsquedas, resuena una certeza:
la vida vence, el amor gana, Dios está con nosotros.

Por eso hoy abrimos nuestras ventanas, nuestras aulas, nuestros corazones…
Y dejamos que la luz de la Resurrección lo transforme todo.

Ojalá que se nos note en la mirada, en el trato, en el paso.
Ojalá que lo vivamos, que lo contagiemos, que lo gritemos con gestos concretos de fraternidad, con palabras que animan y con obras que construyen vida.

¡El Señor ha resucitado!
Y con Él, renacemos todos.

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Hoy es un día para mirar de frente la cruz.
Esa cruz que llevamos al cuello, que vemos en la capilla, que cuelga en tantas paredes…
Hoy nos invita a detenernos, a mirar con el corazón.

A mirar esas manos y esos pies atravesados por tanto dolor…
Pero también por tanto amor.
El amor que no se retira.
El amor que no se rinde.
El amor que lo entrega todo, hasta el final.

Hoy, en silencio, queremos decirte: gracias, Jesús.
Gracias por cargar con lo que a veces nos pesa tanto.
Gracias por enseñarnos que el amor verdadero no se guarda, se da.
Y que hasta en la cruz florece la esperanza.

Hoy no hay palabras…
Solo una mirada al Crucificado
y un susurro desde el alma:
“Aquí estoy, Señor. Contigo.”

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